La tierra de Pueblo de Dios ha recibido y comprendido, más allá de los deseos, intuiciones, conocimientos y hechos vividos por quienes la han habitado y dado continuidad hasta descubrir lo que Dios ha querido de ella, que es una realidad que se plantea diariamente la consonancia de la vida con el Espíritu que mueve los textos de los Hechos de los Apóstoles sobre las primeras comunidades cristianas. Este mensaje es menester que nos lo planteemos profundamente todos los cristianos. La existencia de Jesús en la tierra no tiene sentido alguno si no es para prender un fuego de Amor en la tierra que la cubra, y engendre ese Amor tal cual Dios Padre es, Jesús Hijo vive, y el Espíritu Santo sopla permanentemente, donde, cómo y cuando quiere.
Finalmente, la tierra en la que nace Pueblo de Dios quiere estar abierta, asumir y dar entidad de Dios a todo ser que respira, catapultándolos a hacerse UNO con todos, bajo una conciencia sin tiempo, en la que cualquier realidad, gesto, acción u omisión abarca a todos los seres creados, desde su inicio hasta que el hombre haya entendido la universalidad de la fraternidad divina, la razón salvífica de Dios para todos.
En su estructura fundamental más genuina, vive la necesidad y la urgencia de creer en Dios; en su Palabra; en su Alianza Nueva y Eterna con el hombre; en la Misericordia y la Paciencia que nos muestra hasta que se cumpla la profecía apocalíptica del Cielo Nuevo y la Tierra Nueva, de la que hemos de dar razón con nuestra vida todos aquellos que nos sentimos llamados a seguirle.